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El podcast de Ken Sewell sobre Crimen y castigo

¿Se ha de castigar en la educación de tu perro?

 

 

Para que un hijo o una hija crezcan con una personalidad equilibrada, los padres deben; por una parte, ejercer un control coherente, cuyas repercusiones negativas deben ser proporcionales al incumplimiento, que las requiera y; por otra parte, mostrar afecto, manifestado con comprensión, aceptación, dedicación apoyo. Las estadísticas de la clínica criminológica muestran hasta qué punto fallos en estos ámbitos de la interacción ocasionan, más allá de la infidelidad, todas las formas de delincuencia que no tienen comprimen alguna disfunción orgánica.

La riña genera ansiedad en los niños. Si éstos contemplaran rebelarse contra la imposición, la ansiedad aumentaría. Por lo tanto, al asociarse la travesura o el reto con una sensación desagradable, el comportamiento ilícito desaparece, con él, las repercusión es negativas. La previsibilidad de las normas hace que todo vuelva a su placentero cauce y la mecánica que sostiene este procedimiento se llama educación. Es una verdadera lástima que no existan (que yo sepa) academias que enseñen a los futuros padres a ser productivos en esta labor tan crucial.

Cuando se trata de encauzar el comportamiento de un cuadrúpedo hijo adoptivo, las besaron las mismas. Sólo varía la manera de aplicar el control. Los perros, recuerda, no saben que existen; de modo que les resulta del todo imposible concebir la existencia de un gusto, deseo o propósito humano. Hacen “inocentemente” lo que les sale. Tampoco entienden el significado de nuestras palabras; y como la riña se fundamenta en la transición de información – que el perro no puede comprender -, su empleo es siempre contraproducente cuando pretendemos enseñar a nuestras mascotas a no hacer cosas. Las privaciones y el aislamiento punitivos son igualmente negativos.

¿Y como se hace, entonces? Si tu perro levanta la pata para orinar en el salón, mordisquea la esquina de la mesa de centro o sale corriendo con tu zapatilla, emite un fuerte “¡Eh!” Si la intensidad del sonido es la adecuada, desistirá en el acto de su afán transgresor. En cuanto cese la actividad que pretendes erradicar, invítalo a acercarse a ti con una voz cariñosa y acarícialo con suavidad. A fin de cuentas, ya no está haciendo lo que querías prohibir. Es el momento de la reconciliación: “pero te quiero igual”.

Ahora bien, no te olvides de que solamente puedes demostrarle a tu perro que no le conviene hacer algo si estás delante en el momento. Cuando está solo, hará lo que siempre ha hecho…sin ánimo de venganza, maldad o berrinche. Lo hará simplemente porque le apetece y no encuentra inconvenientes. Nunca debes intentar recriminarle una acción acabada. El pobre es incapaz de captar el mensaje de una iracunda alteración humana… ¡y menos a destiempo!

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para saber más: CORAZÓN CANINO. 2014. Ed. Plataforma