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El sabio anciano

En un proceso que se inició con la revolución industrial y culminó con la universalidad de la informática, la figura del sabio anciano ha ido perdiendo relevancia. Hace tan solo un siglo, por motivos profesionales y/o patrimoniales, abuelos, padres, hijos, nietos compitan intereses que mantenían unido al grupo familiar.

En la actualidad

Hoy en día, sin embargo, acostumbramos a tener más en común con nuestros coetáneos que con los linajes de nuestros progenitores. El anciano que no conserva un patrimonio “interesante”, en muchas ocasiones se ve relegado a la más absoluta soledad. En las fechas señaladas precisamente para  acontecimientos familiares, como las vacaciones y la Navidad, más de un ciudadano de edad avanzada es abandonado en la sala de espera de un hospital, en un parque o en una gasolinera.

La pérdida de facultades psíquicas y menos cabos en la movilidad acaban de convencer a la persona mayor de que una vida quizás dedicada a proteger a los suyos merecía un final más digno y se pregunta en qué se ha equivocado. El adoctrinamiento judeo-cristiana le acaba de convencer de que la culpa es evidentemente suya. Y así espera una deseada liberación.

El perro

No obstante, cuando todos los demás fallan, existe un aliado que no se llama ni hermano, ni nieto, ni sobrino… se llama perro; tal cual, sin más… perro. Hay un auténtico ejército de ellos esperando en instituciones especiales, denominadas protectoras, a que otra  víctima del abandono humana les proponga un trato: “A cambio de ofrecerme tu vivienda, comida, control sanitario, ejercicio y compañía, te garantizo que mejoraré tu ritmo cardíaco y tu tonificación muscular. Sufrirás menos dolores y volverás a sentir que la vida tiene sentido; con local, ésta se alargará”.

“Además, tus probabilidades de establecer contactos sociales espontáneamente en la calle aumentarán un 60%. Todo esto, no lo he descubierto yo. Es la ciencia quien lo ha comprobado. Si estás en condiciones, piénsatelo”.